Mauricio Dayub vive del teatro. “Es la razón de mi vida. Es uno de los motores de mi felicidad. Por eso agradezco tanto de corazón a los que me dieron las herramientas para hacerlo, para amarlo. Sin esas enseñanzas, tal vez mi vida no sería lo hermosa que es”, le dice a LA GACETA quien comenzó como boletero y actualmente es el dueño del Chacarerean Teatre, una ex carpintería en el barrio porteño de Palermo transmutada en espacio artístico.
Esa pasión la transmite en cada una de las funciones de “El equilibrista”, la multipremiada obra que presentará esta noche a las 21 en la sala Mercedes Sosa (San Martín 479), una propuesta para seguir con el corazón en la mano. Sobre el escenario discurrirán historias de personajes que buscan su futuro, que se arriesgan, que proponen, que caminan por esa cuerda floja que se llama animarse a existir.
“Mi abuelo tocaba el acordeón junto a una caja que decía ‘Frágil’. Una caja similar a la que mi padre usaba para guardar las obras de arte, que remataba. Mi abuela soñaba con cajas que no abría. Un día le conté que yo también soñaba con una. Me aconsejó que no la abriera. Cuando me animé, la abrí, y entendí a mi papá. Luego abrí otra, y comprendí a mis tíos. Hasta que en la última, me encontré a mí. Mi abuelo había atravesado el mar con su acordeón, oculto en esa caja que decía ‘Frágil’. El mismo mar que tuve que atravesar yo, para saber de dónde venía. Ahora entiendo por qué”, adelanta la presentación.
La sinopsis es necesariamente incompleta. Dayub se ofrece integralmente en el unipersonal para componer cada relato, atravesado por los sueños y los deseos incluso de quienes evoca (como su abuela, representada simbólicamente). Pasa por diferentes edades, destrezas, desafíos que resume en una frase: “el mundo es de los que se animan a perder el equilibrio”.
Lo sabe en carne propia, y lo expresa en una obra le valió los máximos premios Konex, Asociación de Críticos del Espectáculo (ACE), Trinidad Guevara, José María Vilches y Estrella de Mar. Disfruta de afirmar que “cuando llegué a ser adulto me di cuenta de que estaba en un problema: no me gusta la vida de los adultos. No me gustan la resignación, los cumplidos, los bancos, ni los remedios. Me gustan la ilusión, la euforia, la expectativa, la posibilidad. En eso ando. Por eso este espectáculo”.
- ¿Sólo vive intensamente quien se arriesga?
- Cuando tenía algo más de 20 años animarme a dejar la carrera que no me gustaba, fue trascendental para mí. Quería vivir de mi vocación, y fue una experiencia personal, profunda y enriquecedora poder hacerlo. Vivir de una profesión que no sentía como propia, hubiera sido realmente muy distinto. La vida es una experiencia personal para explorar hasta las últimas consecuencias.
- ¿Qué te abrió tu tránsito desde tus antepasados inmigrantes a tu actualidad para crear el texto?
- El texto surgió de un trabajo en conjunto. Elegí como coautores a Patricio Abadi y a Mariano Saba porque ya había hecho algunas experiencias con micromonólogos escritos por ellos. Me gustaba mucho esa manera de trasladarle al público temas concretos, con personajes claros, humor y fuerza teatral. La historia familiar que finalmente terminó siendo el corazón de “El equilibrista” la viví tal cual está escrita en el espectáculo, en los años 90 yendo a Yugoslavia a filmar una película. Allí, los dos días libres que me dieron porque llovía y no se podían filmar mis escenas en exteriores, me permitieron ir a Italia, al pueblo donde habían nacido mi madre y mis abuelos. A esa lluvia le tengo que agradecer eternamente esta bendición que ha sido para mí y para tantos espectadores.
- ¿Te abrió incluso heridas personales no curadas?
- Esas heridas las tenía mi abuela pero unirla a su hermana gracias a mi viaje, después de 55 años de distanciamiento entre ambas, les permitió sanarlas a las dos. Ese viaje inesperado cambió la historia de mi familia. Sin querer descubrí un secreto que nunca hubiéramos podido conocer mi mamá, ni mis tíos, ni mis hermanos… era un secreto fundamental que nos permitió entender porque mi abuela era como era. Por algo cuando volví a la Argentina y le confirmé que había estado en Italia y que había encontrado su casa y la familia que ella decía no tener, me dijo: “¿Entonces… explotó la bomba en Italia?”
- ¿Cómo fue el proceso de dramaturgia entre múltiples manos?
- Los ensayos fueron mágicos, angelados. A la acertadísima elección de los coautores se le sumó el director ideal. Un referente del teatro mundial como César Brie que estaba por poco tiempo en Buenos Aires y casi sin agenda, pero coincidimos en que de 7,30 a 10 de la mañana podíamos encontrarnos a trabajar. Él resto del día, él lo tenía ocupado. Empezamos a ensayar a esa hora un espectáculo que yo ya tenía avanzado con parte del vestuario, objetos y texto. Fueron meses muy lúdicos junto a Paolo Sambrini, el director asistente, que desde siempre pone el espectáculo en cada ciudad.
- Brie, en definitiva, también es un inmigrante al haberse ido tantos años a otros países como Bolivia e Italia, ¿su experiencia influyó en la puesta en escena?
- En el segmento italiano, su aporte idiomático y sensible fue total. Entre que yo había vivido en carne propia la historia y él era un inmigrante, el intercambio fue muy rico, muy vital, muy emocionante. Influyó mucho porque es un especialista de lo que yo buscaba. Yo había redefinido el tipo de teatro que quería hacer. Me había propuesto no contar como cuenta el stand up, no mostrar como muestran los espectáculos audiovisuales, ni decir como dice gran parte del teatro actual: quería lograr hacerle imaginar las escenas al espectador sin que lo advierta. Que no vieran mi historia, sino que -sin darse cuenta mientras disfrutaban- pudieran rever y resignificar sus propias historias, sus propias vidas.
- Cuando te dieron el Konex dijiste que te daba pudor recibir el premio, ¿por qué?
- En general los premios me inhiben, me dan pudor. Pero el Konex como mejor unipersonal de la década, en un país que es una de las tres o cuatro potencias teatrales más grandes del mundo, me inhibió más. Es mucho, nadie puede imaginarse ser elegido el mejor de todos y menos en este oficio con tan buenos representantes. Uno solo lo puede aceptar con humildad y descreimiento. Con la convicción de que es un reconocimiento muy frágil, que ante la menor brisa nos puede dejar de pertenecer. Solo de ese modo lo puede aceptar.
- ¿Hacer teatro es ser siempre joven?
- El teatro que me gusta hacer me obliga a mantenerme en buen estado físico. No diría joven, pero si ágil, lúcido, atlético.
- Como dueño de un teatro, ¿recomendás esa experiencia de tener sala propia o es agotadora?
- Yo empecé como boletero de un teatro. Sabía de que se trataba. No tenía una relación idílica, sino muy práctica. Tener un teatro es como tener un barco en alta mar. Nos ha llevado mucho trabajo, dinero y tiempo mantenerlo, pero ha contribuido a mi formación. Por mi personalidad, tener la sala me ha permitido probar, pulir y desarrollar mis espectáculos hasta alcanzar un estilo, una forma de llegar al resultado final que no la cambio por ninguna. Aunque entiendo que no es para cualquiera. No se puede ser sólo actor o director para conducir un teatro, hacen falta dominar más áreas, es un polirrubro muy dinámico para el que hay que estar preparado diariamente. Tuve la suerte de estar bien rodeado, bien acompañado en esa experiencia y de tener buena intuición. Acabamos de cumplir 20 años desde la apertura. Lo siento todo un logro en una economía como la nuestra.
- En paralelo retomaste otra obra tuya muy reconocida, “El amateur”. ¿Dialoga de alguna manera con “El equlibrista”?
- Haber retomado “El amateur” me completa como artista. Fue una obra que, en su momento, cambió la mirada de los demás sobre mí. Fue y sigue siendo una experiencia personal tremenda poder hacerla cada noche. De algún modo es la metáfora de mi vida, fue la analogía que encontré para contar lo que me pasaba. Ser amateur es darlo todo, sin esperar nada a cambio. Y en la Argentina de hoy, esta nueva versión significa algo muy valioso: la posibilidad de cumplir el sueño propio, a través del sueño del otro. Ambas me tienen en un triple rol de autor, actor y productor, que definen mi manera de hacer teatro. Ambas me representan tanto en el escenario como en la vida, porque en esencia antes de ser materia escénica fueron parte de mi historia. Ambas contienen hechos que forman parte de mi vida, y que me definen como persona.